El escritor Anatole France fue una vez a Lourdes. Al ver en la gruta amontonadas muletas y anteojos, France preguntó:
-¿Cómo? ¿Y no hay piernas artificiales?
Y es que devolver el andar a un renqueante no deja de ser un milagrillo de nada, pero hacer renacer un miembro entero, eso sí que hablaría de la omnipotencia de Dios.
Esto de los milagros, de todas maneras, tiene su busilis. Por ejemplo, un clérigo que descreía del mormonismo fue a visitar a Joseph Smith, el profeta de este credo, y le pidió un milagro. Smith le contestó:
-Muy bien, señor. Lo dejo a su elección. ¿Quiere usted quedar ciego o sordo? ¿Elige la parálisis, o prefiere que le seque una mano? Hable, y en el nombre de Jesucristo yo satisfaré su deseo.
El clérigo, cogido de sorpresa, dijo entre balbuceos que no era ésa la clase de milagro que él había solicitado.
-En tal caso, señor -dijo Smith-, usted se va a que¬dar sin milagro. Para convencerlo a usted no perjudicaré a otras personas.
Y es que si con sólo pedirlo a su Dios, alguien pudiera hacer que un semejante perdiera el ojo, el hijo, o muriera, quedarían en la tierra una centena de cafres que no se han enterado que existía ese poder.
Te alabamos, Señor.
La oveja feroz
16.09.11
viernes, 16 de septiembre de 2011
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