Queipo de Llano se dirige a su audiencia
en una de aquellas melopeicas charlas radiofónicas que le hicieron célebre
durante la guerra civil. Nada como un dictador enchufado a un micrófono y a una
botella para asombrar al mundo y pasmar a la posteridad. Se refiere Queipo ese
día al bombardeo con el que la aviación roja, que no respeta nada, ha castigado
a la basílica del Pilar de Zaragoza. Todo inútil, porque la España nacional
cuenta con la singular protección de esa Virgen que ha impedido que las bombas
que atravesaron la cúpula del templo estallasen. Únicamente una lo hizo. Frente
a la basílica. En esa ocasión, sin embargo, ha sido para mayor gloria del
Alzamiento y de la Cruzada de la fe. Los adoquines que saltaron por los aires
con la deflagración, al caer de nuevo al suelo lo han hecho de modo ordenado.
Entre todos han formado estas palabras: «¡Viva la Virgen del Pilar!». El
milagro arrasa literalmente en lágrimas el rostro del pío militar beodo, que ya
en su día había nombrado a la Virgen de la Macarena «vendedora de lotería».
(Andrés Trapiello, Los Vagamundos)
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