En 1980 una señora de Nueva York decidió poner fin a su vida, según recoge una de las recopilaciones de estupideces estadounidenses prepara¬das por Ross y Kathryn Petras. La buena mujer vaciló un poco antes de pasar a los hechos y llamó a un teléfono «de la esperanza» y le informó de que iba a matarse.
-Adelante, pues -dijo la voz «de la esperanza»- así habrá una boca menos que alimentar -y colgó.
La señora pasó de la desesperación a la indignación y comentó el caso con una vecina, la cual le contó que se había encontrado en el mismo trance y le habían espetado: «Mué¬rase usted.» Las dos amigas se decidieron a multiplicar las llamadas a aquel número y sólo lograron que contestara: «Lla-men mañana. Estoy cansado y quiero dormir.»
Entonces una de las amigas cogió la pistola de su marido, fue a la dirección del «teléfono de la esperanza» y mató al aburrido burócrata.
¿Y si hiciéramos lo mismo con los que nos deniegan los créditos con sonrisa burlona, con los políticos que nos toman el pelo? Ya digo que la anécdota da para una parábola con mucha miga.
La oveja feroz
21.06.11
martes, 21 de junio de 2011
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