jueves, 26 de febrero de 2009

Primera epístola a los adefesios

Queridos adefesios:

Hoy vamos a hablar de unos de los actos más altruistas que puede emprender un ser humano: limpiar su propia raza. Sí, ya sé que es una actividad que comporta riesgos, que por un “quítame allá esas pajas” o esos “gitanos”, una limpieza en principio útil puede derivar en holocausto, pero para que esto no ocurra es importante tener las ideas claras.
La raza humana está superpoblada. Eso es un hecho incontrovertible. Tampoco negará nadie que esta especie se compone en su mayor parte de egoístas cabrones que explotan a los demás, o les putean de mil formas diversas. Hay humanos que fomentan la polución y la desaparición de la flora tropical para ganarse unos dólares (bueno, muchos dólares), o que explota al prójimo pagando a sus empleados salarios de miseria, o presidentes de naciones que destruyen parte de la población mundial en nombre de entelequias trasnochadas como Patria, Justicia, La Internacional. También hay hombres que joden a sus vecinos con comportamientos hostiles: ensucian la acera, se cuelan en las filas del cine o dan el coñazo con la lotería de Navidad. Estos espécimenes, queridos adefesios, están claramente de más en este mundo, que digo, en cualquier mundo. Así las cosas, ¿puedes imaginar una vocación de mayor calado moral que acabar con estos tipejos mediante una bala, una incisión causada por navaja o unas recias garras aferradas a su garganta? ¿Quién de entre nosotros no ha deseado secretamente matar a alguno de estos subnormales? Si a eso le añadimos que el asesinato es el mayor afrodisíaco, un gancho rompehielos puede convertirse en una fiesta.
Esta labor posee un claro carácter profiláctico y de control. Si la población se desarrolla al ritmo actual, en pocos siglos los humanos de este planeta apenas si tendremos unos centímetros cuadrados de espacio. Los nacimientos son, a partir de ahora, una amenaza para nuestra supervivencia. Desde este punto de vista el sexo puede ser, moralmente, un mal peor que el asesinato. Los asesinos, vistos de esta óptica, deberían ser reconocidos como “abortistas posnatales”, “policía de la superpoblación”, y otros eufemismos meliorativos.
Antiguamente esta labor diezmadora estaba mejor considerada. En el siglo XV un barón podía asesinar impunemente a miles de campesinos, pero hoy da la vuelta al mundo la noticia de que un tipo con un subfusil ha liquidado a cuatro clientes en un Burger King próximo a su casa. Y nosotros preguntamos, queridos adefesios, ¿sabía este subfusilero a quién mataba? ¿Había elegido a sus víctimas conforme a los preceptos que anteriormente hemos consignados? No, en absoluto. Ha matado a cuatro pardillos que no tenían para ir a un self service o a un restaurante en cuya carta se ofrezca solomillo a la pimienta. Esa persona debería ser entrenada (o informada) antes de decidirse a tomarse la justicia por su mano. Merece que lo frían en una silla o le inyecten líquido letal. Nosotros solo aceptaremos a aquellos asesinos que maten sabiendo que expulsan de este jodido planeta a uno de sus enemigos. Por lo tanto, basta de Burger Kings y sitios de condumio similares. Hay que acudir a hoteles de lujo o restaurantes con carta en francés y Maître con frac. Hay que seleccionar a las víctimas entre personas con cargo en consejos de administración, del Quién es quién en la Industria o de entre los elegidos en los últimos comicios. No, no se puede matar así como así, el asesinato necesita de preparación. El asesinato que nosotros preconizamos necesita de un aprendizaje, de cierta discrecionalidad, debe responder a fines filantrópicos.
No se piense que esto es algo nuevo, que mi idea es una novedad inesperada. En Estados Unidos, los linchamientos no eran infrecuentes hasta hace poco, y presumiblemente se siguen realizando en algunos Estados del sur, pero en silencio. Pero los linchamientos que nosotros preconizamos serían dirigidos contra personas de muy distinta clase social. Hay que linchar a los grandes industriales. No será fácil, pero sí merecido. Pues sepan, lectores, que en sus comienzos como fábrica, la Ford guardaba gas lacrimógeno en el sistema de extinción de incendios por si a los trabajadores se les ocurría hacer una sentada, y la policía privada de Ford tenía derecho a entrar en casa de cualquier empleado para ver si vivía como Ford consideraba que debía hacerlo. Merecen nuestra réplica. Una réplica letal y que limpie el planeta.
¡Muerte a los cerdos!
Para hacerse merecedor de nuestro panel de honor, un “adefesio” debe matar al menos a cuatro personas, el equivalente aproximado de una familia media norteamericana.

La oveja feroz
29.02.09