lunes, 20 de febrero de 2017

Arte, mentiras y críticos estúpidos

El artista británico Martin Creed ha sido alabado por la crítica gracias a acciones que re­sultan tan inesperadas como tontas. O, mejor, que resultan ines­peradas por ser asombrosamente simples y triviales. En 2001, en la cumbre de su éxito, ganó el prestigioso Turner Prize, el más mediático de los premios de arte que se reparten en Inglaterra, con su Obra No. 227. ¿En qué consistía la pieza que mereció tan importante premio? En nada. La sala en que se exponía es­taba vacía. La obra consistía, sencillamente, en que, de pronto, se apagaban las luces. Después -oh, maravilla- se volvían a encender. Y eso era todo. Puede que durante los cinco segun­dos que permanecían apagadas las luces, el público se llevara una ligera sorpresa; luego todo volvía a la normalidad. Una ex­periencia estética express, para los tiempos que corren, de solo unos pocos segundos; eso era lo que ofrecía Creed. La sorpresa duradera venía luego, leyendo todo lo que se dijo acerca de un acto tan trivial como apagar y prender las luces. En la página del MOMA se lee que Creed, con su obra, "controla las condicio­nes fundamentales de visibilidad en la galería, y redirige nues­tra atención a las paredes que normalmente funcionan como soporte y trasfondo de objetos de arte". Por lo visto, los curado­res del MOMA creen que ningún espectador se ha dado cuenta de que en los museos hay paredes, de que todas son blancas y de que no hay mayor motivo para detenerse a contemplarlas. Maurizio Cattelan, un artista italiano famoso por su escultura de Juan Pablo II aplastado por un meteorito, dijo que la Obra No. 227 tenía la habilidad de comprimir la felicidad y la ansie­dad en su solo gesto. Esta curiosa declaración haría pensar que Cattelan tiene una relación intensísima con los interruptores, y mejor no saber lo que siente cuando alguien abre la llave del agua o enciende una licuadora. Por su parte, la curadora Laura Donaldson afirmó que la obra tenía "muchas capas de conver­sación", y del Tate Britain salió un comunicado celebrando la forma en que Creed exponía las reglas y las convenciones que suelen pasar desapercibidas, y cómo este gesto implícitamente le daba poder (empowerment) al espectador. Es imposible no bur­larse de todas estas interpretaciones. Por lo visto, después de ver la obra de Creed descubrimos lo mágicas que son las paredes blancas, sentimos una descarga de felicidad y ansiedad, y sali­mos del museo sintiéndonos más poderosos y capaces de armar una revolución que contravenga todas las convenciones sociales.

(Granés, Carlos, El puño invisible, Taurus, 2012)

La oveja feroz, 20.02.17