El artista
británico Martin Creed ha sido alabado por la crítica gracias a acciones que resultan
tan inesperadas como tontas. O, mejor, que resultan inesperadas por ser
asombrosamente simples y triviales. En 2001, en la cumbre de su éxito, ganó el
prestigioso Turner Prize, el más mediático de los premios de arte que se
reparten en Inglaterra, con su Obra No. 227. ¿En qué consistía la pieza que
mereció tan importante premio? En nada. La sala en que se exponía estaba
vacía. La obra consistía, sencillamente, en que, de pronto, se apagaban las
luces. Después -oh, maravilla- se volvían a encender. Y eso era todo. Puede que
durante los cinco segundos que permanecían apagadas las luces, el público se
llevara una ligera sorpresa; luego todo volvía a la normalidad. Una experiencia
estética express, para los tiempos que corren, de solo unos pocos segundos; eso
era lo que ofrecía Creed. La sorpresa duradera venía luego, leyendo todo lo que
se dijo acerca de un acto tan trivial como apagar y prender las luces. En la
página del MOMA se lee que Creed, con su obra, "controla las condiciones
fundamentales de visibilidad en la galería, y redirige nuestra atención a las
paredes que normalmente funcionan como soporte y trasfondo de objetos de
arte". Por lo visto, los curadores del MOMA creen que ningún espectador
se ha dado cuenta de que en los museos hay paredes, de que todas son blancas y
de que no hay mayor motivo para detenerse a contemplarlas. Maurizio Cattelan,
un artista italiano famoso por su escultura de Juan Pablo II aplastado por un
meteorito, dijo que la Obra No. 227 tenía la habilidad de comprimir la
felicidad y la ansiedad en su solo gesto. Esta curiosa declaración haría
pensar que Cattelan tiene una relación intensísima con los interruptores, y
mejor no saber lo que siente cuando alguien abre la llave del agua o enciende
una licuadora. Por su parte, la curadora Laura Donaldson afirmó que la obra
tenía "muchas capas de conversación", y del Tate Britain salió un
comunicado celebrando la forma en que Creed exponía las reglas y las
convenciones que suelen pasar desapercibidas, y cómo este gesto implícitamente
le daba poder (empowerment) al espectador. Es imposible no burlarse de todas
estas interpretaciones. Por lo visto, después de ver la obra de Creed
descubrimos lo mágicas que son las paredes blancas, sentimos una descarga de
felicidad y ansiedad, y salimos del museo sintiéndonos más poderosos y capaces
de armar una revolución que contravenga todas las convenciones sociales.
(Granés,
Carlos, El puño invisible, Taurus, 2012)
La oveja feroz, 20.02.17