Queridos adefesios:
Hoy quiero hablaros de un tema muy peculiar, un asunto que podríamos titular, abiertamente:
DEL ASESINATO CONSIDERADO,
COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES“Cito, tuto et jucunde” (Pronto, seguro y alegremente)
(Aforismo médico de Celso, lema de los verdugos españoles)Hay muchas formas de matar, tantas como de amar, tantas como de vivir. Pero mientras vivir puede hacerlo cualquiera, y amar, la mayoría, matar presupone una singularidad al alcance de muy pocos. Y no digamos el matar bien. El asesino considerado, el artista del crimen, es rara avis. Hablemos de estas personas que matan por afición, por amor al arte, por Weltanschauung. Lo primero que debe tener en cuenta un asesino considerado, es la pulcritud y la eficacia. Un crimen chapucero despierta en el público la misma respuesta que una mala obra de teatro. Sólo que los pitos y el pataleo se traducen aquí en airados artículos de prensa y en comentarios de iracundas comadres en el mercado. La propia víctima estaría de acuerdo en que morir de una certera cuchillada es preferible a desangrarse en lenta agonía por culpa de una docena de endebles pinchazos propinados con unas tijeras de costura.
Los grandes asesinos, aquellos que están a la altura de sus crímenes, logran fama imperecedera. Jack el destripador es tan inmortal como Cervantes, Bruto tan conocido como César, Manson supera en renombre a la mayoría de los artistas de su tiempo. Y su influencia en la historia no es menos decisiva. ¿Qué hubiera sido del mundo si Hitler hubiera tenido su Ostwald, si César hubiese hecho caso de los auspicios y no hubiera acudido al senado esa mañana, si Trosky se hubiese exilado en Marruecos? Otro gallo nos hubiera cantado. O nos hubiera oprimido. Pero quién sabe.
Comentemos brevemente los diferentes tipos de asesinato en función del arma empleada. La muerte con cuchillo necesita de un ejecutor pulcro, de brazo enérgico y con conocimientos básicos de anatomía. Lo perfecto, lo artístico, en esta clase de asesinato, es asestar un solo golpe en el lugar idóneo. Y a ser posible que la empuñadura tapone la herida para impedir que escape la sangre. Esta especialidad es poco apropiada para mujeres, quienes suelen propinar muchas cuchilladas, y débiles, allá donde les va la mano. El resultado es una víctima insatisfecha, además de dejar todo perdido de sangre. La especialidad de las mujeres es el veneno. En esto son maestras. El veneno es un arma silenciosa y sutil que sólo necesita del dominio en el condimento y la mesura. La fuerza sobra, incluso estorba. La mujer siempre se ha destacado en la preparación de pócimas, bien sea por su tradicional papel de cocinera en el hogar, bien por un pasado atávico donde se mezclan los ensalmos y los ungüentos. La víctima apenas si nota un ligerísimo amargor en la sopa minestrone, pormenor que la cocinera asesina siempre puede achacar a que se le ha ido la mano con el Avecrem. Este método, sin embargo, es despreciado por los asesinos varones, quienes prefieren utilizar la fuerza. Los hombres sienten debilidad por el estrangulamiento. Lo prefieren porque no necesita de armas, es barato y puede llevarse a cabo en todo momento o circunstancia. Cualquier posible víctima lleva encima el objeto de su perdición: un cinturón, una bufanda, una media de seda. Todo son facilidades. El hombre utiliza el estrangulamiento preferentemente para matar a mujeres por sus insuperables alicientes: contacto personal, escasa resistencia de la víctima, posibilidad de experimentar sensaciones aledañas: toqueteos post mortem, necrofilia, etc. El valor artístico de este tipo de asesinato es innegable, sirva de prueba las veces que ha sido llevado a la literatura o al cine. En detrimento de este sistema debe señalarse el uso que, mecanizado, le han dado algunos países bárbaros para ejecutar sus penas capitales bajo el sobrenombre de "garrote vil". La mecanización despoja a cualquier oficio de glamour artístico.
Las armas de fuego aportaron al asesinato precisión, lejanía y el acceso a esta disciplina de tropel de aficionados. El arma de fuego permite asesinar a distancia, una distancia que va desde un par de metros para pistolas de pequeño calibre, hasta más del kilómetro si se utiliza un fusil provisto de mira telescópica. La irrupción de esta herramienta letal de precisión tiñó de cierta sospecha el arte del asesinato, algo equivalente a lo que el cubismo supuso para la pintura. Hubo que esperar cierto tiempo para asimilarlo. Hoy se acepta que el homicidio con arma de fuego pueda ser tan artístico como el realizado por procedimientos clásicos. Lo artístico depende de la genialidad del ejecutor, de la puesta en escena y del resultado final. El asesinato del presidente J.F. Kennedy es el paradigma de este tipo de crimen: bien planificado, ejecución perfecta, miles de involuntarios espectadores y, broche de oro, impune. Este asesinato ha hecho correr más tinta que todas las obras de Shakespeare.
El asesinato es sin duda el acto más íntimo que una persona pueda tener con un semejante, si excluimos el parto. Arrebatar la vida a un ser humano tienen algo de demiurgia, es una creación al revés, una acción que por un momento nos vuelve dioses. No es de extrañar, después de lo dicho, que el asesino se esmere por que su obra sea lo más perfecta posible desde el punto de vista artístico, sin olvidar la consideración debida a la víctima. No debe odiarse jamás a la víctima. Este es un imperativo categórico. La involucración de sentimientos como el amor o el odio puede dar al traste con el asesinato mejor planificado. Un distanciamiento afectivo es condición necesaria para el asesinato como obra de arte. Otro dato importante a tener en cuenta por el ejecutor, si aspira a ser un verdadero artista, es no dejarse dominar por el remordimiento, esa noción bíblica tan insertada en nuestro subconsciente a fuerza de catequesis. Un Raskólnikov no da la talla. Sucumbió enseguida al arrepentimiento. Nuestro asesino artista ha de ser una mezcla de Stephan Dedalus y James Bond, de Nietzsche y el estrangulador de Boston.
Se avecinan grandes tiempos para los artistas del homicidio, queridos adefesios. Preparemos los cuellos.
La oveja feroz
12.09.09
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