martes, 15 de septiembre de 2009

Demasiada precocidad no augura nada bueno

John Stuart Mill, filósofo social inglés, aprendió griego a los tres años de edad. A los cin­co, leía verdaderos tochos de clásicos de la historia. Con seis, dominaba los fundamentos de la geometría y del algebra. Con siete, leía a Platón en griego. A los ocho empezó a estudiar latín y a dar clases a sus hermanos más pequeños. Con diez, leyó la obra Principia Mathematica de Newton, al alcance sólo de genios o equivalente; también con diez años escribió su primer libro, que trataba de los principios básicos del gobierno romano. A los doce estudió lógica y leyó a Aristóteles. Con trece años se dedicó a la economía política y a la obra de Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. A los catorce años viajó a Francia durante un año, aprendió francés, quími­ca y botánica y tomó apuntes sobre la cultura del país. Ya había leído a los filósofos de la Ilustración a los dieciséis. Con diecisiete años se convirtió en funcionario de la Compañía de las Indias Orienta­les al tiempo que publicaba artículos en la prensa. A los veinte sucumbió a una fuerte depresión. Sólo le faltó suicidarse a los veintidós para haber cumplido el ciclo perfecto del humano no humano.

La oveja feroz
15.09.09


«Si crees que estás emancipada, prueba tu propia sangre menstrual. Si te pones enferma, es que todavía te que­da un largo camino por recorrer, tesoro».
(Germaine Greer, La mujer eunuco)

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