Queridos adefesios:
Hoy quero hablaros de la mujer. Sí, esa, la misma. La que viste y calza y gasta en maquillaje y otras menudencias. La mujer siempre ha sido un tema muy socorrido para los predicadores, entre los que me incluyo. Cuando no se tenía contra quién arrojar las azagayas del ingenio siempre aparecía la mujer a la distancia propicia. Para algunos era una manera de machismorreo, para los más, una forma de liberar su misoginia. Shakespeare, tiempo ha, ya soltó su: "Frailty, thy name is woman." Flaqueza, tu nombre es mujer. Dardo artero, y certero. Todavía mucho antes, cuando dominaban la literatura los hijos de Levi, Salomón tuvo la osadía de comparar a su amada con la yegua del faraón. Este despropósito poético, si actualizásemos el texto, quedaría: "Al Testa Rossa del Presidente te comparé, amiga mía", trocado de despropósito bíblico a metáfora automovilística. Pocas mujeres harían ascos a esta comparación, y ningún hombre. La mujer, a pesar del tiempo que que llevamos con ellas, contra ellas, ¿sobre ellas...?, sigue siendo un ser misterioso. No es de extrañar que J. I. Witkiewicz, polaco y suicida, mostrase su insociabilidad: "Esas raras y extrañas criaturas que llevan el feo nombre de mujeres." Y del desconcierto del polaco a la queja del inglés: "Colocar a la mujer sobre un pedestal es una perversión occidental." Y es que Burgess, al igual que el que esto escribe, conocía el oriente. Allí las mujeres, sin sus misas, son sumisas, dulces y serviciales. Un encanto. En cuanto a encanto, Tennessy Williams sostenía, desde la plataforma de un tranvía llamado deseo, que el encanto en la mujer era un cincuenta por cien ilusión. Mas de ilusión también se vive, se vive bobo, o se bebe, pero se vive. Sin embargo los mayores reproches los obtiene la mujer de los escritores célibes. El más célebre de los célibes (perdonémosle su tardío maridaje), D. Francisco de Quevedo, dejó escrito: "De las carnes, la mujer; de los pescados, el carnero; de las aves, el Ave María y después la presentada; de las damas, la más barata." ¿Misoginia? ¿Misogenio? Mal genio y figura, Quevedo persevera: "Las mujeres dan a los maridos tres días o tres noches buenas; que son: la del desposorio, la primera vez que paren y cuando se mueren." Y del soltero de oro, del siglo, a otro siglo, otro país y otro soltero, Cesare Pavese, quien estaba hasta los cojones del amor, y que dejó escrito: "Una mujer que no sea una estúpida encuentra, más pronto o más tarde, un deshecho humano y trata de salvarlo. A veces lo consigue. Pero una mujer que no sea una estúpida encuentra, más pronto o más tarde, un hombre sano y lo reduce a un deshecho. Siempre lo consigue." Cita sobre deshechos, mas sin desecho, amarga visión del etierno femenino. Mas a lo deshecho, pecho. Despecho de hecho es lo de Karl Kraus, solterror de las damas vienesas, esas a las que dedicó la mala uva de su lira: "Las mujeres interesantes tienen respecto de las otras la ventaja de que son capaces de pensar lo que pensaron antes de ella hombres carentes de interés." Y otro célibe célebre, que prefirió la compañía de Jesús a la de María Magdalena, Baltasar Gracián, dejó escrito: "Menos mal hará un hombre que te persiga que una mujer que te siga." Y sigue la misoginia. Irredenta, imparable, a veces grosera, como la frase que Cela atribuye a Max Aub: "Cada hombre un voto, cada mujer un coño." Una frase, admitámoslo, que bien cabría en el inventario del laureado parafraseador, quien no tuvo reparo en escribir: "La mujer, sólo por el hecho de serlo, nace sabiendo pecar." Pero toda esta misoginia, queridos adefesios, suena a rancio, a trasnochada. Hoy, los dicterios son más finos, menos frontales y agresivos. Como los versos de José María Álvarez:
Seductoras, modernas, agresivas.
No tienen alma, sólamente son bellas.
Alma, belleza, mujer. ¿Y no hay más? ¿Qué hay del perímetro jovial de las mujeres que cantó López Velarde? Tacto y perímetro jovial. ¿Quién necesita más? En cierto modo, la mujer es todo sexo, manifestó Ernesto Sábato. ¿Sólo en cierto modo? ¿En cierta moda? Sigo quedándome con el tacto y el perímetro jovial. Eso y la ayuda de la luna:
The chariest maid is prodigal enough
if she unmask her beauty to the moon.
A los versos de Shakespeare añadamos una pizca de Herodoto la mujer se despoja del pudor al mismo tiempo que del vestido y tendremos ganada la partida. Partida del entretenido juego de las damas. Un juego que, en su forma más interesante, no necesita tablero.
Pero a pesar de todos los pesares, de la misoginia zagalopante y de la mala fama de la fémina a lo largo de la historia, yo me quedo, queridos adefesios, con la coda de Robert Burns:
What signifies the life o´man,
an't were nae for the lasses, O.
Y es que en el fondo, queridos adefesios, soy un sentimental. Adieu, pardieu.
La oveja feroz
14.02.10