Focio
refiere que, en cuanto el sacerdote llegaba al altar, era costumbre en la
Iglesia de Constantinopla que el pueblo dijera cantando: Dios santo, Dios fuerte, Dios inmortal; a cuyas palabras Pedro Le
Fouton añadió estas otras: por nosotros
crucificado, tened piedad de nosotros.
Los católicos creyeron que esa adición contenía el error de los eustatianos;
pero sin embargo siguieron cantando el trisagio con la indicada adición por no
irritar al emperador Anastasio, que acababa de deponer a Otto Macedonio y de
colocar en su sitio a Timoteo, por orden del que se cantaba esa adicción. Pero
llegó un día en que varios frailes entraron en la iglesia, y en vez de la
adición cantaron un versículo de salmo, y el pueblo exclamó complacido: «Los
ortodoxos han llegado oportunamente.» Los partidarios del Concilio de
Calcedonia cantaron, acompañando a los frailes, el versículo del salmo; los
eustatianos se opusieron en voz alta y con violencia; quedó interrumpido el
santo oficio, se pegaron en la iglesia, salió el pueblo en busca de armas y
causó en la ciudad espantosa carnicería, no apaciguándose su furor hasta
después de matar diez mil hombres. (Voltaire)
¡Cuántas
masacres por la puta liturgia se dieron desde entonces!
La
oveja feroz
14.03.16