sábado, 10 de julio de 2010

El amor por los prodigios

Ah, el amor del pueblo por los prodigios. Ya Plutarco, en la Vida de Coriolano, que en tiempos de los griegos y los romanos, las estatuas susurraban, gemían, sudaban, lloraban o sangraban, y que éstos fenómenos eran tomados como señales divinas. ¿Qué ha cambiado con el tiempo? La Iglesia católica ha seguido fomentando este tipo de misticismo por considerarlo rentable. Piénsese en el negocio que hacen exhibiendo la sábana santa en Turín. Y no les importa que se les critique o se demuestre su falsificación: los fieles, imbéciles que no leen un puto periódico, no se enteran. Lo digo porque uno de los últimos casos mediáticos de este tipo de prodigio fue el llanto que, en 1995, emergió de una estatua de la virgen en Civitavecchia, que lagrimeaba sangre. Pues bien, analizada esta sangre con los modernos métodos de análisis, se descubrió que la sangre era... masculina. ¡Toma ya! Claro que eso no paró a los negociantes de prodigios. ¿Quién lee los informes científicos? ¿Y a quién le interesan? ¿Y qué más le da a un creyente que la virgen lagrimee sangre masculina si se han creído que la fecundó una paloma?

La oveja feroz
10.07.10

No hay comentarios:

Publicar un comentario