viernes, 28 de enero de 2011

Antes de que vengan a castrarme

Quiero presenta a los lectores de este blog la crítica de un libro que está haciendo furor en las librerías del Vaticano. Se que hay otros blogs que me han copiado el texto, pero les demandaré si no se retractan.

Antes de que vengan a castrarme
(Memorias de un pederasta por equivocación)
de
Ian Peter Ast

El libro, editado por Ediciones del mal, recoge las memorias de un pobre hombre que tras terminar sus estudios de pediatría en la universidad a distancia, puso una consulta en su casa donde se anunciaba, por esos deslices que tiene el destino, como “Pederasta diplomado”. Al comienzo de su periplo profesional al hombre le sorprendía que los padres que le traían niños a la consulta quisieran cobrarles en vez de pagarle, y de que los niños a los que examinaba le pedían que les tocase en unas zonas corporales específicas. Al principio el pobre pediatra se resistía tanto a las sugerencias de los niños como a las exigencias dinerarias de los padres, pero poco a poco fue cediendo y se aficionó al toqueteo, lo que terminó en vicio y en que a nuestro protagonista se le viera buscando pacientes a las salidas de los colegios.
Este hombre al que le cambió la vida una palabra equivocada, terminó comprándose un trinchera de fácil apertura frontal y una líneas de Internet con ADSL para acceder a páginas donde niñito toca mayorcito y mayorcito toca niñito. Ahí empezaron sus problemas. Los niños a los que solía camelar con caramelitos, una vez en su habitación, le robaban cuando no, conchabados con otros niños del recreo, le daban una paliza y lo dejaban baldado. Decidió, después de tan poco éxito en el contacto físico, dedicarse a Internet, pero cayó en manos de una web pirata que le cobraba con tarifas que harían sonrojar a un directivo de Telefónica, arruinándole en poco más de lo que se tarda en descargar un video de Youtube. Así desengañado, probó el hombre el masoquismo, pero cayó en manos de un gremio sadomaso que lo único que hacían era comer yogures caducados y hacerse cosquillas con plumas de miraguano. Decidido a cumplir su destino, el desgraciado pediatra volvió a la pederastia y, en un arranque de desesperación, se arrimó a un niño con pantalón corto y le tocó los muslos. Pero su mala suerte quiso que ese niño no lo fuera, sino un valenciano bajito que mellaba al día varias hojas de afeitar y para colmo era cuñado del inspector de la policía local. Al pobre pederasta le cayó, además de una buenas hostias, un pleito que acabó con una condena castratoria, si tal legalismo existe.
Publicado por la editorial Libros del mal con ayuda del Fondo Ecuménico Episcopal, los ingresos del libro se destinarán a pagar las indemnizaciones de la Iglesia por los casos de los curas pederastas.

Lambert O’Really
Crítico de su majestad

La oveja feroz
28.01.11

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