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Los más
exaltados se consideraban libres de violar cualquier restricción con tal de
expresar la libertad garantizada por el Cristo interior. Preferían las tabernas
a las iglesias y hacían ostentación de fumar, beber, blasfemar y prodigar
estruendosos sermones callejeros, de donde su nombre. También se les acusó,
quizá justificadamente, de celebrar orgías. Cuando se encontraban en la calle
se saludaban diciendo «a gozar, hermano, ¡el mundo es nuestro!»
También los
hubo en las colonias de América, con no poco escándalo por parte de los
puritanos. Algunos debieron emigrar voluntariamente en busca de tolerancia religiosa,
otros serían sin duda desterrados por los tribunales.
En España
esta especie desapareció gracias a la Fiscalía, que enchironó a todos los
ranters junto a titiriteros y raperos. Y cada vez que quieren resucitar,
siempre hay un juez a mano para disuadirlos. Aquellos jueces ya eran del PP.
La oveja feroz
09.04.18
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