El escritor Anatole
France fue una vez a Lourdes. Al ver en la gruta amontonadas muletas y
anteojos, France preguntó:
-¿Cómo? ¿Y no hay piernas artificiales?
Y es que devolver el andar a un renqueante no deja de ser un
milagrillo de nada, pero hacer renacer un miembro entero, eso sí que hablaría
de la omnipotencia de Dios.
Esto de los milagros, de todas maneras, tiene su busilis. Por
ejemplo, un clérigo que descreía del mormonismo fue a visitar a Joseph Smith,
el profeta de este credo, y le pidió un milagro. Smith le contestó:
-Muy bien, señor. Lo dejo a su elección. ¿Quiere usted quedar
ciego o sordo? ¿Elige la parálisis, o prefiere que le seque una mano? Hable, y
en el nombre de Jesucristo yo satisfaré su deseo.
El clérigo, cogido de sorpresa, dijo entre balbuceos que no era
ésa la clase de milagro que él había solicitado.
-En tal caso, señor -dijo Smith-, usted se va a quedar sin
milagro. Para convencerlo a usted no perjudicaré a otras personas.
Y es que si con sólo pedirlo a su Dios, alguien pudiera hacer
que un semejante perdiera el ojo, el hijo, o muriera, quedarían en la tierra
una centena de cafres que no se han enterado que existía ese poder.
Te alabamos, Señor.
La oveja feroz
25.06.18
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