lunes, 11 de marzo de 2019

Con pelos en la lengua (Memorias de un cunnilingüista)



Críticas de libros del gremio de la ramería

Con pelos en la lengua
(Memorias de un cunnilingüista)
de
Chocho Galarraga

Este libro del famoso cunnilingüista Chocho Galarraga sin duda despertará interés entre los puteros de todo el mundo... uníos. Chocho Galarraga quedó castrado a raíz de un accidente en un tiovivo de feria (un cochecito de bomberos, montado por varios críos bullangueros, le arreó un golpe que le desequilibró, con tan mala suerte que al caer se aplastó las ingles con los tentáculos de un auto‑pulpo conducido por una niña con gafas). Si bien nunca se ha aclarado qué hacía un hombre de cuarenta años en un tiovivo, el hecho es que esta desgracia no le impidió continuar siendo un redomado putero. A falta de ariete decidió ejercitar la lengua, alcanzando una destreza en el apéndice bucal que le hizo famoso en el corredor de la N-II, desde el burdel unipersonal hasta los macroburdeles de la zona de Azuqueca de Henares y Calatayud. Su fama de cunnilingüista fue tan grande que algunas putas no le cobraban por el servicio, asegurando que el placer que les proporcionaba la bien entrenada lengua de Chocho Galarraga no la experimentaban con la polla más descomunal.
            Los lectores no encontrarán en estas memorias secretos profesionales del que haya sido, con casi total seguridad, el mejor cunnilinguista del mundo occidental (hay otros mundos), salvo la recomendación de ejercitarse sin descanso, pero sí encontrará experiencias singulares y una descripción, con ambición de entomólogo, de los distintos chochos que ha visitado su luenga lengua. Así, el lector conocerá la diferencia entre el coño de la monja de clausura (yo a los palacios subí…, etc.) y el coño de  la tenista, llamado así por ser la pupila parecida a esas tenistas de países del este de Europa, un coño limpio y de pelaje rubio, con efluvios de estepa y con algún lejano sabor a esturión (aquí el recensionista no puede sino preguntarse: ¿cómo puede saber un tipo que ha aprendido cultura en los burdeles y gastronomía en los paradores de carretera el gusto del esturión, y aún menos el de su producto, el caviar? En fin, dejemos las quisquillosidades y prosigamos). Alto poder evocador tienen sus descripciones del sabor a sirope del chocho de la mulata caribeña, la calidez del coño oscuro de la subsahariana y la aridez de la vulva mesetaria, que quiere decir de la meseta y no que sirve en las mesas, que eso son meseras. Merece especial encomio la descripción de las labores que hubo de afrontar con una rabiza de Castilla, que por lo visto tenía un bosque de Venus tan poblado que a duras penas dejaba llegar con la lengua hasta la abertura salitrosa. Quiso el célebre cunnilingüista sobornarla para que se afeitase, pero ante la negativa de la chica, orgullosa de su pelambrera (tan del gusto de señorones refinados, peripuestos, de bigotillo fifí), hubo de recurrir a tenazass de cirujano para poder abrir un boquete en la jungla y hacer que su lengua saborease la grieta que se le resistía. Tampoco es de desdeñar la aventura que le pasó con una islandesa, cuyo chocho olía tanto a bacalao, que durante semanas todas las croquetas que probaba le sabían a este pescado, pese a serle asegurado que eran de pollo o jamón.
También relata Chocho Galarraga en su libro la temporada que trabajó como catador de chochos para ciertos proxenetas nacionales. Su labor consistía en definir el sabor de los coños de las aspirantes a pupilas, para descubrir posibles vulvas defectuosas o chochos poco sabrosos o nada apetecibles. Recuerda que durante esa época trabajó a destajo, oliendo y saboreando unos cincuenta chochos al día, cantidad máxima recomendada por los expertos olfativos y catadores del gusto pubiano. Tuvo como entrenador a un prestigioso enólogo despedido de unas bodegas de La Rioja por adulterar caldos a su conveniencia. Situose de esta manera en los aledaños de otra sentimentalidad olfativa. Este profesional de la pituitaria le dio lecciones de cómo oler y saborear caldos, algo que, según él, era muy parecido a saborear un chocho. Así, Chocho Galarraga fue capaz de decir si el chocho de una rumana tenía retrogusto a lilas del campo, el coño de una lituana poco cuerpo o detectar el sabor áspero de ciertas etnias africanas o el gusto aterciopelado de los chochos tropicales. Confiesa Chocho Galarraga que fue su mejor época, todo el día tumbado en un catre y lamiendo coños. Días hubo que amaneció con agujetas en la lengua, pero no le importaba pues estaba ganando dinero desarrollando su vocación.
            Pero su sueño, y su prestigio, acabó el fatídico día en que una infección provocada por chupar un chocho en mal estado, le causó una hinchazón de la lengua que le originó una pérdida total de sensibilidad, así como una atrofia muscular que le impedía mover el apéndice que tanto juego le había dado. De esta manera, impedido de arriba y de abajo, no tuvo más remedio que retirarse a escribir estas memorias que ahora se publican.
            La editorial Paraninfo Manía, que le quitó los derechos a Sex Guarral, edita este magnífico libro de memorias de uno de los hombres que más chochos ha lamido, si no el que más. Pues en este terrero hay que ser cauto. Hay tipos muy raros, como Cércidas de Andros, más conocido como el cipote de Macholandia, y del que apenas quedan vestigios en la Whiskypedia. Parte de los ingresos del libro se destinarán a sobornar al libro Guinnes de los récords para que incluyan la especialidad de Chocho Galarraga en una próxima edición.



Narciso Onán d’Coitus
Crítico de libros de-sex-perados

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