Debido a la falta de nuevos
creyentes, y también a la falta de financiación bancaria (“¡Aquí no se da
dinero ni a Dios!”, parece ser que exclamó el secretario de la patronal
bancaria al venirle el Creador a pedir unos millones de euros), Dios no ha
tenido más remedio que declararse en quiebra o, como se dice ahora, entrar en
concurso de acreedores. La decisión, sin precedentes, ha tenido un catalizador
inesperado: la renuncia del director general de una de las ramas del negocio más
rentables: el Catolicismo. Esta renuncia ha sido aprovechada por el mayor
acreedor, el credo musulmán, cuyo representante se ha apresurado a manifestar que o la
empresa es para él o no apoyará ninguna quita que redunde en una menor
influencia en el mercado de la salvación. Los cristianos están dispuestos a
negociar con Dios, pero siempre que se les garantice el cobro en la eternidad.
Quieren, para decirlo en palabras comprensibles, más terrenos en el Paraíso que
poder ofrecer a sus fieles en régimen de co-propiedad o en propiedad mediante
hipoteca eclesiástica, una hipoteca que se rige por el tipo de interés
vaticano, cambiantes según sopla el viento y conocido como “Vatibor”. Los
budistas, por su parte, no han dicho nada y continúan en la higuera, esto es,
sentados debajo de ella y meditando. El representante de las religiones
minoritarias, Aleluya Johnson, ha declarado que, como siempre sucede, esta
crisis la pagarán las religiones que menos tienen, muchas de ellas en peligro
de extinción. En cuanto a Dios, en su línea, calla y otorga.
La oveja feroz
22.02.13
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