Queridos adefesios:
Como sabéis por experiencia, todos los cultos (y el mío también lo es) necesitan sus mártires, sus santos, sus profetas. Uno de nuestros más adorados “santos” es Jonah “Greasy” Stubbs, un taxista neoyorquino de los que ya no quedan. Habréis de saber que el gremio de los taxistas es la última reserva de hombres indomables, sobre todo en norteamérica. Son malhumorados, conducen infringiendo todas las normas de tráfico y, colmo de su desfachatez, esperan que se les recompense con una generosa propina. Como consecuencia de ser los últimos hombres sin ley, las mujeres se sienten atraídas y excitadas por estos primitivos machos. ¿Qué mujer no se moja en las bragas cuando entra en un taxi a cuyo volante se encuentra un tipo con barba de dos días, que eructa y huele a sudor, que maneja temerariamente y acelera como un poseso, además de mostrar un vocabulario de estibador con almorranas? Por no contar con la decoración del salpicadero, cuyos elementos alcanzan grados de horterez inigualables.
Describamos cómo se comportan estos modélicos ciudadanos. Usted sube a un taxi, el taxista pone sus velludos brazos sobre el volante y, chupando un palillo que ha conocido cientos de viandas, le dice despreciativo: “Usté dirá”. Emitido con voz entrecortada el punto de destino, observa cómo el tipo se convierte en un maníaco que hace eslalon entre un tráfico diabólico, frena bruscamente y toca la bocina mientras insulta con el lenguaje más soez que permite su lengua nativa. Pues bien, uno de estos últimos tipos duros, un tal Jonah “Greasy” Stubb, profeta de nuestro credo, ha escrito un libro revelación: “El arte de la propina: como aprovecharse del cliente” (Tips on Tips: How to Stiff your Customer).
Este libro de Stubbs, cuyo taxi hacía la ruta del Bronx, alcanzó categoría de evangelio entre personas del gremio y fue prohibido por las Comisión del Transporte Público de Nueva York por creer (erróneamente, hay que decirlo) que promovía la deshonestidad entre los trabajadores del taxi. La compañía de taxis para la que trabajaba Stubbs, la Brown Spot Cab Company, cerró al poco tiempo y el autor murió poco tiempo después quemado en un misteriorso accidente. Esta extraña muerte le convierte, a nuestros ojos, en un mártir de la causa. No importa qué causa, la nuestra.
Para comprender mejor el pensamiento de Stubbs, iluminémonos con las palabras introductorias del libro, dirigida a sus colegas: “Bienvenido a Brown Spot. Usted es responsable de llevar la imagen de nuestra compañía a toda la comunidad. Por lo tanto, mientras trabaje no deberá jurar, beber ni follar, ni siquiera con animales”. Hasta aquí podría haber pasado por un pío manual de conducta profesional. Pero a los pocos párrafos Stubbs cambia el tono: “Puesto que pertenecemos a un sector de mano de obra barata y fácilmente reemplazable, es conveniente que aprendas las normas elementales de conseguir mayores propinas, puesto que prácticamente el 100 % de nuestros pagos se realizan en efectivo”.
A continuación, Stubbs divide en cuatro grupos a la clientela, grupos para los que dispone de diferentes consejos: mujeres, viejecitas, hombres y católicos.
Veamos por ejemplo, las reglas para las mujeres:
1. Dile que te recuerda a alguien con quien has hecho el amor hace quince minutos.
2. Pregúntale si quiere ver tus cicatrices.
3. Pregúntale si le gustan los niños al tiempo que mueves las cejas arriba y abajo por el retrovisor.
4. Insiste en que te recuerda a una actriz que en este momento no te viene a la cabeza.
5. Apela a su compasión: dile que tu mujer acaba de abandonarte por un portero de noche llamado Frank.
Las reglas para comportarse con las ancianas son todavía más promisorias. Sabiendo que pertenecen al colectivo más tacaño, Stubb propone meterlas el miedo en el cuerpo:
1. Pregúntale su edad y luego dile que parece 20 años más vieja.
2. Revélale que eres mulato y observa cómo reacciona.
3. Dile que tu vista ya no es la que era y de un volantazo métete en el carril contrario.
4. Cuéntale la historia de que los esquimales tienen por costumbre abandonar a los ancianos en bloques de hielo que dejan flotar en el mar.
5. En el momento que entren en el taxi, exclama: “Dios mío, qué sombrero tan feo”.
Para los hombres propone ocho reglas de conducta:
1. Insúltale. Se sentirá miserable, se acojonará y te dará más propina.
2. Llévale la contraria a todo lo que diga, pero alábale su gusto en el vestir.
3. Cuéntale lo del cadáver del maletero que tu compañero se olvidó de remover.
4. Sobre su aspecto físico dile que no está mal para alguien que tiene sobrepeso y se está quedando calvo.
5. Dile que te recuerda a un tipo que padecía de cáncer y tuvo una terrible agonía.
6. Dile que son 8,95 Euros por la carrera más un suplemento de 2,5 por tener que aguantarle. La mayoría de las veces, funciona.
7. Dile que adoras a Satán. A continuación manifiesta que te parece un jodido cristiano de mierda y proponle un viaje inmediato al infierno.
8. Cómprate una peluca de indio Mohawk y unas gafas de espejo. Cuando el cliente entre y se siente, vuélvete, sonríe, acciona los cierres automáticos de las puertas y dile: “Bienvenido a bordo del expreso de la muerte; has traspasado el punto de no retorno”.
También posee Stubbs normas específicas para católicos:
1. No importa dónde quiera ir, llévale a la catedral de San Patricio (u otra, si no estás en Nueva York) y rétale a un combate de boxeo en las escaleras.
2. Coloca en el tablero de mandos una estatuilla de San Cristóbal envuelta en explosivos. Cuando el cliente esté confortablemente sentado, detónala.
3. Si la imagen no explota, arráncala del tablero y grita: “¡Todos los seminaristas católicos son unos estafadores!”
En el campo de las guías útiles, tan acaparadoras de los anaqueles de autoayuda de los centros comerciales, Stubbs ha creado un nuevo modelo de libro de consulta. No sólo proporciona consejos para conseguir mayores propinas y más rápidamente, sino que acompaña los textos con información útil, como el de la ubicación de todos los váteres públicos del área metropolitanas de Nueva York, así como de aquellos establecimientos donde poder echar una meada sin tener que consumir.
Por todo el esfuerzo realizado en favor de sus compañeros, y de la humanidad en general, Stubbs merece la santidad de nuestro credo, y es nombrado, in memoriam, profeta mayor.
La próxima vez que entréis en un taxi, recordad las normas anteriores y no os quejéis de este gremio tan currado. Claro que en España hay un problema que no tiene Norteamérica, o igual sí, y es que la mayoría de nuestros taxistas son fachas. ¿O eso era antes?
Queridos adefesios, os aconsejo que adoréis a Stubb como merecido profeta... pero viajéis en autobús.
La oveja feroz
12.06.09
Como sabéis por experiencia, todos los cultos (y el mío también lo es) necesitan sus mártires, sus santos, sus profetas. Uno de nuestros más adorados “santos” es Jonah “Greasy” Stubbs, un taxista neoyorquino de los que ya no quedan. Habréis de saber que el gremio de los taxistas es la última reserva de hombres indomables, sobre todo en norteamérica. Son malhumorados, conducen infringiendo todas las normas de tráfico y, colmo de su desfachatez, esperan que se les recompense con una generosa propina. Como consecuencia de ser los últimos hombres sin ley, las mujeres se sienten atraídas y excitadas por estos primitivos machos. ¿Qué mujer no se moja en las bragas cuando entra en un taxi a cuyo volante se encuentra un tipo con barba de dos días, que eructa y huele a sudor, que maneja temerariamente y acelera como un poseso, además de mostrar un vocabulario de estibador con almorranas? Por no contar con la decoración del salpicadero, cuyos elementos alcanzan grados de horterez inigualables.
Describamos cómo se comportan estos modélicos ciudadanos. Usted sube a un taxi, el taxista pone sus velludos brazos sobre el volante y, chupando un palillo que ha conocido cientos de viandas, le dice despreciativo: “Usté dirá”. Emitido con voz entrecortada el punto de destino, observa cómo el tipo se convierte en un maníaco que hace eslalon entre un tráfico diabólico, frena bruscamente y toca la bocina mientras insulta con el lenguaje más soez que permite su lengua nativa. Pues bien, uno de estos últimos tipos duros, un tal Jonah “Greasy” Stubb, profeta de nuestro credo, ha escrito un libro revelación: “El arte de la propina: como aprovecharse del cliente” (Tips on Tips: How to Stiff your Customer).
Este libro de Stubbs, cuyo taxi hacía la ruta del Bronx, alcanzó categoría de evangelio entre personas del gremio y fue prohibido por las Comisión del Transporte Público de Nueva York por creer (erróneamente, hay que decirlo) que promovía la deshonestidad entre los trabajadores del taxi. La compañía de taxis para la que trabajaba Stubbs, la Brown Spot Cab Company, cerró al poco tiempo y el autor murió poco tiempo después quemado en un misteriorso accidente. Esta extraña muerte le convierte, a nuestros ojos, en un mártir de la causa. No importa qué causa, la nuestra.
Para comprender mejor el pensamiento de Stubbs, iluminémonos con las palabras introductorias del libro, dirigida a sus colegas: “Bienvenido a Brown Spot. Usted es responsable de llevar la imagen de nuestra compañía a toda la comunidad. Por lo tanto, mientras trabaje no deberá jurar, beber ni follar, ni siquiera con animales”. Hasta aquí podría haber pasado por un pío manual de conducta profesional. Pero a los pocos párrafos Stubbs cambia el tono: “Puesto que pertenecemos a un sector de mano de obra barata y fácilmente reemplazable, es conveniente que aprendas las normas elementales de conseguir mayores propinas, puesto que prácticamente el 100 % de nuestros pagos se realizan en efectivo”.
A continuación, Stubbs divide en cuatro grupos a la clientela, grupos para los que dispone de diferentes consejos: mujeres, viejecitas, hombres y católicos.
Veamos por ejemplo, las reglas para las mujeres:
1. Dile que te recuerda a alguien con quien has hecho el amor hace quince minutos.
2. Pregúntale si quiere ver tus cicatrices.
3. Pregúntale si le gustan los niños al tiempo que mueves las cejas arriba y abajo por el retrovisor.
4. Insiste en que te recuerda a una actriz que en este momento no te viene a la cabeza.
5. Apela a su compasión: dile que tu mujer acaba de abandonarte por un portero de noche llamado Frank.
Las reglas para comportarse con las ancianas son todavía más promisorias. Sabiendo que pertenecen al colectivo más tacaño, Stubb propone meterlas el miedo en el cuerpo:
1. Pregúntale su edad y luego dile que parece 20 años más vieja.
2. Revélale que eres mulato y observa cómo reacciona.
3. Dile que tu vista ya no es la que era y de un volantazo métete en el carril contrario.
4. Cuéntale la historia de que los esquimales tienen por costumbre abandonar a los ancianos en bloques de hielo que dejan flotar en el mar.
5. En el momento que entren en el taxi, exclama: “Dios mío, qué sombrero tan feo”.
Para los hombres propone ocho reglas de conducta:
1. Insúltale. Se sentirá miserable, se acojonará y te dará más propina.
2. Llévale la contraria a todo lo que diga, pero alábale su gusto en el vestir.
3. Cuéntale lo del cadáver del maletero que tu compañero se olvidó de remover.
4. Sobre su aspecto físico dile que no está mal para alguien que tiene sobrepeso y se está quedando calvo.
5. Dile que te recuerda a un tipo que padecía de cáncer y tuvo una terrible agonía.
6. Dile que son 8,95 Euros por la carrera más un suplemento de 2,5 por tener que aguantarle. La mayoría de las veces, funciona.
7. Dile que adoras a Satán. A continuación manifiesta que te parece un jodido cristiano de mierda y proponle un viaje inmediato al infierno.
8. Cómprate una peluca de indio Mohawk y unas gafas de espejo. Cuando el cliente entre y se siente, vuélvete, sonríe, acciona los cierres automáticos de las puertas y dile: “Bienvenido a bordo del expreso de la muerte; has traspasado el punto de no retorno”.
También posee Stubbs normas específicas para católicos:
1. No importa dónde quiera ir, llévale a la catedral de San Patricio (u otra, si no estás en Nueva York) y rétale a un combate de boxeo en las escaleras.
2. Coloca en el tablero de mandos una estatuilla de San Cristóbal envuelta en explosivos. Cuando el cliente esté confortablemente sentado, detónala.
3. Si la imagen no explota, arráncala del tablero y grita: “¡Todos los seminaristas católicos son unos estafadores!”
En el campo de las guías útiles, tan acaparadoras de los anaqueles de autoayuda de los centros comerciales, Stubbs ha creado un nuevo modelo de libro de consulta. No sólo proporciona consejos para conseguir mayores propinas y más rápidamente, sino que acompaña los textos con información útil, como el de la ubicación de todos los váteres públicos del área metropolitanas de Nueva York, así como de aquellos establecimientos donde poder echar una meada sin tener que consumir.
Por todo el esfuerzo realizado en favor de sus compañeros, y de la humanidad en general, Stubbs merece la santidad de nuestro credo, y es nombrado, in memoriam, profeta mayor.
La próxima vez que entréis en un taxi, recordad las normas anteriores y no os quejéis de este gremio tan currado. Claro que en España hay un problema que no tiene Norteamérica, o igual sí, y es que la mayoría de nuestros taxistas son fachas. ¿O eso era antes?
Queridos adefesios, os aconsejo que adoréis a Stubb como merecido profeta... pero viajéis en autobús.
La oveja feroz
12.06.09
Mensaje de nuestro patrocinador:
después de esto, ¿quién cojones piensas que va a coger un taxi? ah, y después de la condena a un taxista zaragozano por maltratar a una clienta, mejor será ir andando, ya que los conductores de bus también se las traen.
ResponderEliminarsalut i república
el conseller
Si, la verdad es que algunos viajes en autobús son aventuras de riesgo, sobre todo para los viejitos, que van de un lado a otro antes de poder sentarse porque el conductor arranca inmisericorde. vayamos andando.
ResponderEliminarLa verdad es que no se por que cojones leemos estas cartas. nos llamas adefesios así por el morro y nosotros (no se cuantos) las leemos como gilipollas.
ResponderEliminaranda y que te den, capullo, adefesio lo serás tú, mamón
el hermano retrasado del conseller
salut i república
Desde luego, cómo te pones. San Pablo escribia a los efesios y nadie le dijo nada. Y mira que efesio suena bastante mal. Y además San Pablo era un cabrón con pintas que buscaba el proselitismo y la esclavitud mental. Yo sólo busco abriros la mente. La cartera ya os la abren otros.
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