Críticas de libros
del gremio de la ramería
Con
pelos en la lengua
(Memorias de un
cunnilingüista)
de
Chocho Galarraga
Este
libro del famoso cunnilingüista Chocho Galarraga sin duda despertará interés
entre los puteros de todo el mundo... uníos. Chocho Galarraga quedó castrado a
raíz de un accidente en un tiovivo de feria (un cochecito de bomberos, montado
por varios críos bullangueros, le arreó un golpe que le desequilibró, con tan
mala suerte que al caer se aplastó las ingles con los tentáculos de un auto‑pulpo
conducido por una niña con gafas). Si bien nunca se ha aclarado qué hacía un
hombre de cuarenta años en un tiovivo, el hecho es que esta desgracia no le
impidió continuar siendo un redomado putero. A falta de ariete decidió
ejercitar la lengua, alcanzando una destreza en el apéndice bucal que le hizo
famoso en el corredor de la N-II, desde el burdel unipersonal hasta los
macroburdeles de la zona de Azuqueca de Henares y Calatayud. Su fama de
cunnilingüista fue tan grande que algunas putas no le cobraban por el servicio,
asegurando que el placer que les proporcionaba la bien entrenada lengua de
Chocho Galarraga no la experimentaban con la polla más descomunal.
Los lectores no encontrarán en estas
memorias secretos profesionales del que haya sido, con casi total seguridad, el
mejor cunnilinguista del mundo occidental (hay otros mundos), salvo la
recomendación de ejercitarse sin descanso, pero sí encontrará experiencias
singulares y una descripción, con ambición de entomólogo, de los distintos
chochos que ha visitado su luenga lengua. Así, el lector conocerá la diferencia
entre el coño de la monja de clausura (yo a los palacios subí…, etc.) y el coño
de la tenista, llamado así por ser la
pupila parecida a esas tenistas de países del este de Europa, un coño limpio y
de pelaje rubio, con efluvios de estepa y con algún lejano sabor a esturión
(aquí el recensionista no puede sino preguntarse: ¿cómo puede saber un tipo que
ha aprendido cultura en los burdeles y gastronomía en los paradores de
carretera el gusto del esturión, y aún menos el de su producto, el caviar? En
fin, dejemos las quisquillosidades y prosigamos). Alto poder evocador tienen
sus descripciones del sabor a sirope del chocho de la mulata caribeña, la calidez
del coño oscuro de la subsahariana y la aridez de la vulva mesetaria, que
quiere decir de la meseta y no que sirve en las mesas, que eso son meseras.
Merece especial encomio la descripción de las labores que hubo de afrontar con
una rabiza de Castilla, que por lo visto tenía un bosque de Venus tan poblado
que a duras penas dejaba llegar con la lengua hasta la abertura salitrosa.
Quiso el célebre cunnilingüista sobornarla para que se afeitase, pero ante la
negativa de la chica, orgullosa de su pelambrera (tan del gusto de señorones
refinados, peripuestos, de bigotillo fifí), hubo de recurrir a tenazass de
cirujano para poder abrir un boquete en la jungla y hacer que su lengua
saborease la grieta que se le resistía. Tampoco es de desdeñar la aventura que
le pasó con una islandesa, cuyo chocho olía tanto a bacalao, que durante
semanas todas las croquetas que probaba le sabían a este pescado, pese a serle
asegurado que eran de pollo o jamón.
También
relata Chocho Galarraga en su libro la temporada que trabajó como catador de
chochos para ciertos proxenetas nacionales. Su labor consistía en definir el
sabor de los coños de las aspirantes a pupilas, para descubrir posibles vulvas
defectuosas o chochos poco sabrosos o nada apetecibles. Recuerda que durante esa
época trabajó a destajo, oliendo y saboreando unos cincuenta chochos al día,
cantidad máxima recomendada por los expertos olfativos y catadores del gusto
pubiano. Tuvo como entrenador a un prestigioso enólogo despedido de unas
bodegas de La Rioja por adulterar caldos a su conveniencia. Situose de esta
manera en los aledaños de otra sentimentalidad olfativa. Este profesional de la
pituitaria le dio lecciones de cómo oler y saborear caldos, algo que, según él,
era muy parecido a saborear un chocho. Así, Chocho Galarraga fue capaz de decir
si el chocho de una rumana tenía retrogusto a lilas del campo, el coño de una
lituana poco cuerpo o detectar el sabor áspero de ciertas etnias africanas o el
gusto aterciopelado de los chochos tropicales. Confiesa Chocho Galarraga que
fue su mejor época, todo el día tumbado en un catre y lamiendo coños. Días hubo
que amaneció con agujetas en la lengua, pero no le importaba pues estaba
ganando dinero desarrollando su vocación.
Pero su sueño, y su prestigio, acabó
el fatídico día en que una infección provocada por chupar un chocho en mal
estado, le causó una hinchazón de la lengua que le originó una pérdida total de
sensibilidad, así como una atrofia muscular que le impedía mover el apéndice
que tanto juego le había dado. De esta manera, impedido de arriba y de abajo,
no tuvo más remedio que retirarse a escribir estas memorias que ahora se
publican.
La editorial Paraninfo Manía,
que le quitó los derechos a Sex Guarral, edita este magnífico
libro de memorias de uno de los hombres que más chochos ha lamido, si no el que
más. Pues en este terrero hay que ser cauto. Hay tipos muy raros, como Cércidas
de Andros, más conocido como el cipote de Macholandia, y del que apenas quedan
vestigios en la Whiskypedia. Parte de los ingresos del libro se destinarán a
sobornar al libro Guinnes de los récords para que incluyan la especialidad de
Chocho Galarraga en una próxima edición.
Narciso
Onán d’Coitus
Crítico de libros de-sex-perados