Para los árabes de la época de Mahoma la quiebra era el acto más denigrante y vergonzoso que podía afectar a una persona, al extremo de que al fallido lo hacían montar al revés, en un burro, y lo paseaban por los barrios de la ciudad exponiéndole al escarnio del público. Para los hombres de negocios de hoy, la quiebra es una ardid para no pagar deudas que menguarían su sobrada fortuna, puesta a buen recaudo en negocios ajenos al que se ha dinamitado. Y no se le pasea en burro para que reciba el escarnio de los ciudadanos, sino que monta en su limusina y se pasea por la ciudad riéndose por lo bajinis de los pringaos que no cobrarán lo que se les debe. En aquella Arabia mítica el hombre que cometía quiebra era considerado como un muerto, pues no podía volver a ejercer el negocio, no sólo porque nadie le avalaría ni le vendería mercadería sino, principalmente, porque nadie le compraría. Hoy, al que quiebra, los bancos le miman y los hombres de negocios lo admiran y se ofrecen a unirse a él para crear nuevos negocios que, después de lucrar a sus fundadores, vuelvan a ser objeto de manejos fraudulentos. Los tiempos cambian y las costumbres honorables se pierden, cuando no se trastocan o se negocia con ellas. ¡Banqueros al paredón!
La oveja feroz
22.03.09
domingo, 22 de marzo de 2009
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