Querido adefesio:
Para A.S., su magín prisionero en un yate con francesas
¿Hay placer más excelso que “correrse”? Meterla en un agujero carnoso y lubricado, introducirla y sacarla con ritmo adecuado, y luego el éxtasis. Los franceses llaman al orgasmo “la pequeña muerte”, pero a mí más me parece “la gran vida”. El hombre persigue la consecución de este goce por todos los medios. Gracias a esta obsesión la especie no se ha extinguido. Y sin embargo, adefesios y adefesias, todos los poderes de la tierra han tratado de reprimirlo. El poder eclesiástico y el poder político perciben en este goce un peligro para su autoridad. Como si la sola satisfacción de este instinto animal bastase para llenar las vidas de los homo sapiens sin necesidad de sacerdotes ni mandamases. Y tienen razón. Provistos de sexo, y de comida y bebida, nada más se exigiría. Tienen que racionarnos los placeres, queridos adefesios, para que hagamos algo que merezca la pena, como construir puentes o estadios de fútbol. Por eso la satisfacción de expeler semen se controla, se facilita su retardo, se prohíbe incluso. Pero este control aboca al hombre al onanismo, vulgo darle al obispo, darle a la alemanita, hacerse una manola, darle al manubrio, cascársela, limpiar el fusil y otros imaginativos eufemismos. Sí, la malmirada masturbación, el sexo a solas, esa autarquía amatoria al alcance de casi todos. La masturbación, queridos adefesios, es nuestra válvula de escape. Esta satisfacción no pueden impedírnosla sin impedirnos al mismo tiempo tener manos con las que construir iglesias o transportar ladrillos.
Pero, ¿de donde viene la palabra masturbación? Los etimologistas no se ponen de acuerdo. Por una parte está la palabra griega mezeo, que significa genitales, pero también tenemos la alternativa latina en la palabra manus, mano, que al añadirle el sufijo turbo (agitar) nos da una explicación que “encaja” tan bien con el concepto que tratamos de definir, que dejamos de buscar más.
Pero esta práctica, queridos adefesios, todavía os avergüenza, todavía la cubrís con píos eufemismos y sinónimos remilgados como autoerotismo, jugar con uno mismo, o el eclesiástico autoabuso… ¡Qué gilipollez!
Las alusiones a este vicio privado aparecen en los principales libros, no está confinada solamente a ejemplares de La Sonrisa Vertical. En la Biblia, en el Génesis, es bien conocido el caso de Onán, que se negó a fecundar a la mujer de su hermano y preferió dilapidar ese licor de vida. Claro que ahí comenzaron también los castigos para quienes se desviaban de lo eclesiásticamente correcto.
Es posible, queridos adefesios, que también recordéis a ese peculiar filósofo cínico, Diógenes que, desinhibido, se pajeaba a la vista de todos. Aún así, ha pasado a la historia de la filosofía. No por esa singular proeza, pero quién sabe. La literatura grecorromana también recoge profusamente aspectos de autoerotismo y autoestimulación. En la edad media, el libro judío Zohar (libro del esplendor), catalogaba el acto de hacerse una paja como el pecado más execrable. Aseguraba que cada charquito de esperma permitía reencarnarse a los malos espíritus. Los católicos, por su parte, aducen que desperdiciar el semen de esa manera es una oportunidad perdida de rellenar la tierra con más católicos. Desde San Agustín a Santo Tomás, este pecado se consideró contra natura. Tissot (1728-1797), un papista furibundo, aseguraba que la masturbación conducía a la locura debido a que el acto fuerza un violento flujo de sangre al cerebro. (Ahora que lo pienso, puede que de ahí deriven mis muchos dolores de cabeza).
Más hacia nuestros días, allá por 1800, Benjamin Rush, supuestamente un hombre culto que firmó la Declaración de Independencia de los EE.UU., advirtió seriamente que la masturbación causaba debilidad seminal, impotencia, sífilis, consunción pulmonar, dispepsia, perdida de vista, vértigo, epilepsia, hipocondriasis, pérdida de memoria, fatuidad y muerte. Y quizás tuviera razón el hombre, sobre todo en su último aserto, pues todos los que en su época se masturbaban están muertos. También se suponía que la masturbación provocaba relajación de costumbres, de costumbres morales, se entiende; su moral, también se entiende.
Luego vino Freud, quien no nos dijo si el acto en sí era bueno o malo, pero nos enseño que si uno soñaba que tocaba un instrumento o hacía punto… bueno, ya se sabe.
Por cierto que las chicas también lo hacen. Para ellas el siglo XIX fue la edad dorada de la creatividad masturbatoria femenina. Existen testimonios de mujeres iniciándose con “moledores” (grinders) o corriéndose al son de las tropas desfilando. “Las chicas toman a veces el hábito de manipularse sus órganos sexuales porque en ello encuentran cierto palcer”. Con esas palabras se reconocía este hábito en el libro What a Young Girl Ought to Know, de Mary Wood-Allen (nada que ver con Woody Allen), un tratado del año 1897. Y prosigue: “Se le llama el vicio solitario. Y deja una señal en la cara por lo que la mujer inteligente debe saber a lo que se expone. Ella mostrará pérdida de apetito, a veces con antojos de mostaza, pimienta, vinagre y especias…”
A geneticist living in Delft/
Scientifically played with himself/
And when he was done/
He labeled it: Son!
And filed him away on a shelf.
-Author unknown
Los indios Apaches cuentan de mujeres frustradas que encontraban más satisfacción en hacerlo con cactus del desierto que con sus maridos. Su folklore está lleno de estas referencias a los cactus para el caso de las mujeres y del hígado de ciervo para los hombres. Por cierto, que Philip Roth, en su novela El lamento de Portnoy, describe esta costumbre masturbatoria con hígado adquirido en carnicerías.
Hoy, caídos muchos tabúes, podemos hablar a favor de esta práctica autoerótica, la forma de satisfacción más extendida en nuestra galaxia... y más allá. Seguramente, en este momento, querido adefesio, más de un millón de personas en todo el mundo se la están cascando. ¿Os imagináis si toda esa energía empleada se pudiera acumular y utilizar en actividades más provechosas? Pero qué digo, nada más provechoso que el propio placer. Es más, debería estudiarse el caso contrario, a saber, aprovechar la energía acumulada, fuera ésta térmica, hidráulica o nuclear, para alimentar aparatos que nos masturben sin gasto muscular. Entonces podríamos leer esos libros que antes se anunciaban “para leer con una sola mano” con la dos, y sin detrimento de placer.
La masturbación, digámoslo sin tapujos, posee ventajas sobre el método tradicional conocido como matrimonio. Tu mano no te abandona, ni te exigirá que le pases una pensión; también elimina todos los inconvenientes de un romance: facturas de restaurantes, gastos de teléfono, ramos de flores, fines de semana en hotelitos. Por no hablar de la seguridad y profilaxis: No tienes que ponerte condón, pues es difícil que te contagies a ti mismo (por si acaso, queridos adefesios, lavaros las manos antes). También se evade el temor de una posible preñez. Y cuando terminas, no tienes obligación de ser simpático y tierno; puedes hacer lo que más deseas en ese momento: comer, defecar o dormir… y soñar que tocas la flauta.
No lo olvidéis, queridos adefesios y adefesias, la liberación sexual pasa por la masturbación. Echadle imaginación y os compensará de las sensaciones táctiles que depara el cuerpo femenino (o masculino) ajeno.
La oveja feroz
13.03.09
viernes, 13 de marzo de 2009
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Me ha gustado mucho tú artículo sobre la masturbación y agradezco de corazón la dedicatoria que me has hecho. Yo he sido -ya no- un entusiasta de los placeres que ofrece la masturbación, a menudo te arreglan el día. Ahora estoy más centrado con perseguir desnudas francesas en un fantástico yate y alcanzar a cualquiera de las 20 y disfrutar con sus placenteras carnes desnudas. Muchas gracias de nuevo Lambert por tú dedicatoria. Por fín alguien me toma en serio. A.S.
ResponderEliminar¿Cuántas pajas mentales equivalen a una paja de verdad? A ver, matemático, calcula...
ResponderEliminar¿Un sueño erótico puede ser considerado cómo una paja mental? Si así fuera, entonces sería de fácil respuesta: 1 paja mental = 1 paja de verdad.....
ResponderEliminarUna paja, angelito mío, es tomarse la justicia erótica por la mano. Y en el sueño, si no hay tocamiento, no equivale a paja. Lo siento, así esla matemática del erotismo...
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